viernes, 19 de octubre de 2007

Firmes en el error

Uno de los columnistas estrella del nuevo diario Público escribía hace unos días un artículo (que ya había leído, pero que dA me ha recordado) en el que apelaba --o eso parecía, pero mejor opinen ustedes-- a la rígida firmeza en el error como algo deseable. En realidad el título ya es suficiente para que el artículo se comente por sí mismo, aunque intuyo que pretende ser una sutileza intelectual que por algún motivo se me escapa, dado que, efectivamente, es eso lo que está defendiendo.
Con el debido respeto (que no tengo muy claro cómo cuantificar, pero que no creo que alcanzara cifras absolutas ni relativas demasiado altas), lo único digno del artículo en última instancia es su título. Más que nada porque refleja perfectamente su contenido: una defensa de lo positivo que resulta que cada cual permanezca --con toda la rigidez del mundo, que para eso están las ideologías que nos proporcionan los dogmas necesarios para ello-- absolutamente firme en sus posiciones iniciales. Firme en el error.
Siempre me ha parecido que el apostolado de la pureza ideológica tiene mucho de fariseísmo. O, en el mejor de los casos, de absoluta simpleza. Nunca he visto demasiado claro eso de que la pertinacia, sobre todo en determinadas versiones de la misma, sea una virtud política. Por poner un caso: que Zapatero prometiera que el poder "no le cambiaría" me parece mal augurio. No, como a muchos, porque piense que es una promesa imposible de mantener, sino porque espero que lo sea. El poder, como cualquier otra experiencia, nos cambia. Debe hacerlo, de hecho. Lo contrario es pasar por la vida sin ver el paisaje. Sólo las orejeras pueden evitar que cambiemos.
Por lo demás, no sé quién es Ortiz (ni ningún otro) para exigirle a nadie explicaciones sobre la evolución (o involución, según los casos) de sus opiniones. Un intelectual, un articulista, un autor de columnas de opinión, no tiene como obligación a priori el dar explicaciones a nadie sobre por el hecho de que hace veinte años pensaba una cosa y ahora piensa la otra. Al menos no de entrada. En todo caso, podrá dar esas explicaciones --si lo considera oportuno-- si alguien se las solicita o si buenamente le apetece; pero si cada uno de nosotros tuviera que aclarar cada vez que defiende una determinada postura cuál era la que defendía hace tres décadas (o tres años o tres días) y por qué se ha producido el cambio de parecer, desplazaríamos el centro de atención del asunto sobre el que se opina a la persona del autor. Y, francamente, creo que son más importantes los asuntos sobre los que se opinan y los argumentos que se aportan.
A no ser, claro, que lo que nos guste sea arremeter contra los autores en lugar de contra sus razonamientos, emplear el consabido argumento ad hominem. Que, por otra parte, es el único argumento que parece contener el artículo de Ortiz (que se cuida muy mucho, por cierto, de opinar sobre el asunto: ¿es más cómodo y más fácil opinar de forma pretendidamente irónica y sutil sobre los que opinan?)
Empiezan a cansarme estos que por todo argumento tienen la teórica hipocresía del adversario. Déjeme usted en paz al adversario y dígame qué piensa y cómo lo respalda y por qué lleva razón usted y no él.
[Bien es cierto, no me resisto a decirlo, que en el caso de Ortiz, y habiendo leído bastantes otros artículos suyos, no me extraña que recurra a esto otro, dada la habitual "fuerza" de sus propios argumentos. Pero quién sabe: no descartamos que algún día evolucione. Aunque tal vez lo haya descartado él mismo de antemano.]

Un último apunte. Alcanzar la madurez requiere un proceso previo, el que la propia palabra indica: el de madurar. O mejor dicho: es un proceso, y seguramente no tenga fin; será más bien algo continuo. Madurar implica cambio, como lo implica cualquier desarrollo. Hablo ya desde un punto de vista meramente léxico; palabras como "madurez", "evolución", "desarrollo", "progreso" y tantas otras tienen algo en común: tienen como condición sine qua non el cambio y la predisposición al mismo.
La firmeza en el error es todo lo contrario: quedarse en la más absoluta puerilidad política e ideológica. O, dicho de otra forma, todo lo contrario a aquella mayoría de edad de la que hablaba Kant. Todo lo contrario a la Ilustración. Todo lo contrario a las luces.

5 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo. Estas cosas siempre me recuerdan al personaje de "Orgullo y prejuicio" que se jacta continuamente de no cambiar nunca de opinión, hasta que una jovencita le replica: "¡Vaya, qué responsabilidad la suya! Eso le obligará a pensar mucho para acertar a la primera".

    Por lo demás, los "argumentos" dirigidos a revelar la hipocresía del otro se quedan en eso: en demostrar o no su hipocresía, pero sin atacar el razonamiento en sí. Si Mario Conde te dice "no robes, que es delito y está mal", se le podrá decir eso de "mira quién fue a hablar", pero no acusarle de mentiroso.

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  2. Todo lo contrario al más elemental sentido común. Estoy demasiado cansada para intentar un comentario serio de este tema, pero es que ni siquiera lo merece: revela ante todo tal embrutecimiento intelectual que no me sorprendería que se preciase encima de odiar a la Iglesia, cuando es exactamente lo que este articulista es: un seminarista, o a lo peor un inquisidor. Miedo me da el nombre que le están dando los de Público al "republicanismo".

    El País tuvo la virtud de publicar un buen editorial que luego su masa anónima de redactores desdijo. Aquí no hay quien viva (en esta izquierda y en este país donde siguen ideológicamente aferrados a la utopía de pegar tiros o de convertir fieles).

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  3. No creo que Javier Ortiz pretenda defender "la defensa de lo positivo que resulta que cada cual permanezca absolutamente firme en sus posiciones iniciales", ya que como dice en su artículo "todo el mundo remodela sus ideas con el paso del tiempo". A mi entender lo que critica es la defensa radical de planteamientos antagonistas con respecto a lo que pensaban, escribían o paseaban en un tiempo pasado. Tal y como señala, los cambios se deben a intereses materiales a los que luego le da prestancia conceptual. Ejemplo de esto lo encontramos todos los días.

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  4. dA, el problema de ese tipo de matizaciones es que en última instancia son poco claras: ¿quién decide cuándo estamos ante una remodelación lógica de ideas y cuándo ante un paso a la posición opuesta? Y sobre todo, ¿con qué se derecho se arroga determinada gente la capacidad de decidir quiénes cambian de parecer por motivos materiales y quiénes lo hacen porque su pensamiento ha evolucionado? ¿Y por qué es más legítimo cambiar un poco de opinión que cambiar un mucho? Yo espero que quienes en su día estaban plenamente convencidos de que Hitler era un santo y un salvador de Alemania hayan pasado a la concepción radicalmente opuesta. Lo consideraría algo extremadamente positivo. Y no me parecería justo andar juzgando yo a qué se deben los cambios.
    Me parece a mí que cree el ladrón que todos son de su condición. ¿Dónde está esa delgada línea que separa la ligera heterodoxia de la absoluta traición? ¿Nos la va a dibujar Ortiz?
    Miedo me dan estos puros.

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  5. ¿Será un deporte nacional eso de perseverar en el error? habría que ponerlo en conexión con el "cojonudismo" de los españoles, del que hablaba Unamuno

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Por favor, sean respetuosos. No griten, chillen, insulten ni tiren de los pelos. Recuerden que el español es más bonito que el lenguaje SMS. No confundan conceptos con premeditación y alevosía. El argumento ad hominem es para quienes no tienen argumentos.

[Nota: Si hace más de un mes de la publicación de esta entrada, tendré que revisar su comentario antes de que apareza publicado. Cosas del spam, qué se le va a hacer.]