viernes, 19 de junio de 2009

¿Enemigos íntimos?

La política municipal nunca deja de sorprender. Leo con cierta fascinación que hasta el colectivo teóricamente homenajeado muestra en esta ocasión su desacuerdo con el tipo de gastos sin sentido al que nos tiene acostumbrado el Ayuntamiento hispalense. Y encima andan firmando acuerdos con el Partido Popular:

Colega acepta un contrato-programa con el PP de cara a las elecciones de 2011

La pregunta clave es si esto será un hecho aislado --tan aislado como el caso de Gallardón-- o si forma parte de una nueva estrategia del PP para arrebatarle al PSOE una parte de su clientela más fiel. Una modernización del mensaje popular en este campo puede poner en peligro lo que los socialistas siempre han considerado un voto asegurado, como puede hacerlo el tímido desmarque del PP frente a la Iglesia que viene atisbándose desde hace un tiempo. Aunque no nos engañemos: no se trata de que de pronto vayamos a tener la derecha moderna y liberal que tanta falta haría en este país. Pero, con todo, habrá que seguir el desarrollo de los acontecimientos. La cosa puede ponerse interesante y quitarle al PSOE los clásicos capotes que tan socorridos le resultan para distraer la atención. Supongo que alguien habrá dado ya la voz de alarma entre los socialistas. O debería.

¿Imaginan ustedes un mundo en el que la aprobación del matrimonio gay deje de convertirse en la política única que justifica o contrarresta todo lo demás? Aunque lo más curioso de ese argumento es que a quien se le oye con más frecuencia es a la progresía heterosexual. La que no concibe que una determinada orientación sexual pueda no ir automáticamente asociada a una determinada etiqueta partidista.

(News flash para desinformados: hay hasta gays de derechas.)

miércoles, 17 de junio de 2009

La izquierda que subía impuestos a los ricos

Como de costumbre, las contradicciones de este gobierno que se hace llamar de izquierdas vuelven a saltar a los ojos de quien esté dispuesto a verlas. Ahora resulta que para alimentar un gasto descomunal destinado a maquillar durante unos meses las cifras del paro (véase el célebre Plan E) y para alimentar a la clientela (400 euros, cheques-bebé, portátiles regalados y demás ocurrencias), nuestros ilustres gobernantes deciden que es necesaria una brusca subida de los impuestos sobre el tabaco y la gasolina. Ante semejante panorama, se propone una señalar las incoherencias entre lo que este gobierno dice y lo que hace y no sabe ni por dónde empezar.

No, no se trata de ponerse neoliberales, ni el gasto público es malo en sí mismo, pero a una lega en economía le parece que sería conveniente que se utilizase con cabeza y que se tratase de inversión productiva y de infraestructuras, y no de poner columpios en los parques, que no está la cosa para andar derrochando. El empleo que se crea así es, en última instancia, artificial. Y, a la larga, no cambia nada, tanto como hablan de transformar el modelo productivo. ¿Se trata de transformarlo en un modelo basado en la subvención y la caridad? Si es eso, ya se empieza a entender mejor por qué se decidió empezar por Andalucía. De hecho, aquí no hay que cambiar nada: se trataría tan sólo de extender el modelo al resto de España. Ese modelo que se ha dedicado a dilapidar fondos europeos durante años. Eso sí, garantizando un voto fiel, que es lo importante. "La derecha no puede gobernar", ya se sabe.

Pero eso, al fin y al cabo, nos remite al eterno debate entre las políticas (más o menos) keynesianas y las (más o menos) ortodoxas, y no seré yo quien se meta en esa camisa de once varas. Sí que intuyo que, tanto en unas como en otras, cabe mirar más allá de los papeles y los dogmas y aplicarlas con sentido común, con un plan coherente y global en mente, y sin aspavientos del tipo "me he levantado esta mañana y mientras me tomaba el zumo de naranja se me ha ocurrido que esta semana vamos a jugar con las arcas públicas haciendo X, ¿a que mola?" Pero yo a lo que iba es a la repentina subida de precios de carburantes y tabaco.

Ya sabemos, claro, que ambas cosas son pecado. Y dado que, según parece, la socialdemocracia realmente existente (aquí) ha decidido que es su deber histórico ejercer de Papá Estado --a mí esto me recuerda al paternal Generalísimo, qué quieren que les diga--, no es de extrañar que vele por la salud de nuestros pulmones y por la limpieza de nuestro aire. Pero eso sí, no nos confundamos: los que han de mantenerse sanos por decreto gubernamental, los que deben asegurar que el aire de las ciudades se torne repentinamente prístino, son los de siempre. Como de costumbre, pagan los mismos: no ya un proletariado inexistente como tal, pero sí desde luego las clases bajas y las medias.

No estoy diciendo nada nuevo, claro: es algo tan sencillo y tan antiguo como que los impuestos directos son más redistributivos, más igualadores, más "de izquierdas", que cualquier impuesto indirecto. No digamos ya cuando el impuesto indirecto en cuestión experimenta una subida tan súbita, siendo (como lo es) una carga sobre productos que, de primera necesidad o no, son de consumo diario y constante. Uno puede prescindir del tabaco, claro, pero el caso es que eso es una decisión personal (¿les suena aquello de la libertad individual?) en cuya dirección se va a presionar a los de siempre. Por una subida de 35 céntimos, está claro que quien cobra 5000 euros al mes no se va a ver abocado a abandonar el pitillo. Y digo yo que además, con la que está cayendo, podrían dejarle al menos al personal el consuelo del cigarrito de media mañana. Y del de después, que es el más importante de todos (aunque parece ser que, en esos momentos post-coito, la pastilla se considera más saludable que el cigarro).

No digamos ya la gasolina: promovamos el transporte público. Pero no mejorando su calidad, comodidad, frecuencia de paso y fiabilidad; eso sería absurdo. Si el ciudadano sevillano tiene que estar 27 minutos esperando el metro, que espere. No nos vamos a poner ahora a proporcionar un servicio digno. Mucho más sencillo es decretar una subida del precio de los carburantes que obligue a quienes estaban al filo de la navaja a perder el tiempo necesario cada mañana yendo al trabajo. Si es que siguen teniendo trabajo, claro. De paso, la vía pública se queda más despejada para los coches oficiales, que hay que ver lo que se tarda cada mañana en llegar de casa al Ayuntamiento, con tanto vehículo malvado y contaminante por ahí, empeñado en entorpecer el paso. ¿Que la subida de la gasolina va a provocar, por otra parte, una subida del resto de productos? Bueno: así casi parecerá que hay actividad económica, que el dinero se mueve, que la gente se anima y por eso suben los precios. No hay mal que por bien no venga y, total, nosotros seguiremos llegando a fin de mes con la misma facilidad. Que en Moncloa se vive mu a gustito, la verdá.

Claro está que no se trata ni de preocuparse por nuestra salud (antes al contrario: lo que conviene es que la gente siga comprando tabaco, para que entre un poco de dinero) ni de edificar un modelo "más sostenible". Se trata, sencillamente, de que a base de medidas irresponsables y oportunistas nos hemos comido el superávit a una velocidad récord (porque, además, no lo olvidemos, no había crisis). Y algo habrá que hacer para paliar la falta de ingresos.

La carga, eso sí, sobre los hombros de los de siempre. Esta es la nueva izquierda, señores. Y que todavía nos quieran colar el cuento, vídeos mediante, de la oposición binaria entre izquierda y derecha tan nítidamente dibujada en los cartelitos electorales, mitad azules y mitad rojos.

Esta debe ser la anunciada subida de impuestos "a las rentas más altas".

Lo que realmente apetece, qué quieren que les diga, es soltar unos cuantos improperios.