viernes, 21 de septiembre de 2007

Iba a hablar de otra cosa

Izquierda y derecha. Sigue habiendo quien lagrimea, se exalta o se emociona ante estas palabras, quien cree que en sí mismas son portadoras de valores universales que, en la mayoría de los casos, llevan implícitas la superioridad o inferioridad moral de unos u otros. Sigue existiendo, tal vez predominando, la tendencia a deslegimitar a las personas acusándolas de rojas o de fachas, en muchos casos sin tener más que una noción vaga y distorsionada de lo que fueron -¿son?- el comunismo y el fascismo. La ignorancia facilita que se utilicen con tanta ligereza los términos.
Pero más allá del insulto, e incluso en los ámbitos menos sospechosos de incultura, siguen siendo palabras mágicas, el abracadabra de la política, la adscripción definitiva. En el caso de los rojos, para algunos basta declararse de izquierdas para serlo; otros exigen que se acredite la buena conducta antes de obtener el marchamo de calidad izquierdista (siendo ellos por lo general quienes lo expiden). En unos y en otros, la moderación frecuentemente es acogida como tibieza, el escepticismo como cinismo. Lo que parece que nadie se plantea es de qué izquierda y de qué derecha hablamos. Qué esconden --si es que esconden algo-- estos cartelitos identificativos, sean impuestos desde fuera o autoasignados.
En realidad, aunque resulten obsoletas, las etiquetas sí siguen teniendo una función, derivada precisamente de la eficacia de las connotaciones que encierran: la movilización y captación de lo que podríamos llamar el voto ideológico, que en ocasiones se solapa con el voto útil pero que no necesariamente confluye con éste en todos los casos. Cuando hablo de voto ideológico, o ideologizado, me refiero al voto que se rige por el principio de la etiqueta. No se puede votar a la derecha, cualquier cosa con tal de que no salgan estos rojos. En un sentido o en el otro, recuerda demasiado al cuento de Pedro y el lobo. Alguien me comentaba el otro día que en el fondo eso es un residuo de franquismo sociológico; habría que indagar en esa teoría, pero como ni la expresión ni la idea son mías me limitaré a dejarlo caer.
Imagino que debe haber estudios sobre la capacidad de las palabras para despertar sentimientos, hacer bullir la sangre, acelerar el corazón o intensificar la actividad de los lacrimales. Está extendida hoy día la crítica y la ridiculación de aquella exaltación --por poner un ejemplo-- del Volk alemán por parte de los nazis y de sus antecesores nacionalistas románticos (cómo me recuerda esto a otras cosas, por cierto; pero eso lo dejamos para otro día). Es lógica la crítica --no tanto la ridiculización--, dado que desde la razón y el sentido común resulta difícil asumir, por más que conozcamos los mecanismos psicológicos, el poder hipnótico de términos como pueblo, voluntad o raza. Lo que no deja de sorprender es que muchos de los que critican a quienes se dejaron --¿dejan?-- manipular por aquellas palabras siguen siendo esclavos, en su percepción e interpretación de la realidad, del uso interesado que ahora se hace de dos términos hoy día tan carentes de sentido --en la escena política del mundo occidental-- como derecha e izquierda. Quienes no pueden o no quieren entender que resulte compatible elegir a Sarkozy antes que a Zapatero, a Rosa Aguilar antes que a Javier Arenas, a Gallardón antes que a Maragall, a Ibarra antes que a Rajoy y a Josep Piqué antes que a Carod Rovira. Quienes se echan las manos a la cabeza por la hegemonía del Partido Popular en Madrid pero aceptan con absoluta complacencia que en Andasulía tengamos partido único.
Como leí en un artículo de Don Alfonso Lazo:
"Olvidemos de una vez abstractas etiquetas partidarias y miremos las personas, que nada tienen de abstractas y pueden ser medidas y pesadas. Indaguemos si llevan consigo alguna moral, ya sea laica o religiosa; si poseen principios que no piensan romper; si hacen trampas en el juego y están dispuestos a ganar la partida 'como sea'."
Es un insulto a la inteligencia del ciudadano que los partidos piensen que basta con "definirse ideológicamente" para tener ganados de entrada unos cuantos millones de votos, o con "definir ideológicamente" al adversario para hacérselos perder. Lo peor es que el insulto sale de nosotros mismos, y a nosotros vuelve como un bumerán.

Yo me había propuesto hablar de esa cuadratura del círculo que van a tener que ser los presupuestos del Estado dadas las maravillosas innovaciones a las que han dado lugar las reformas estatutarias de la presente legislatura. Ustedes sabrán entender cómo he acabado desviándome del tema y en estos derroteros. Dudo que sea casualidad. ¿Cómo era aquello de la igualdad, señor Zapatero?

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo en bastantes cosas (sorprendida ehh??) aunque creo que la carga ideológica que tiene un partido político está unida inexorablemente a los candidatos que presenta.Es cierto que hay que conocer al político que se presenta, como bien dice Alfonso Lazo, pero pienso que el partido que lo apoya es el que verdaderamente ejerce el poder.

    Me encanta tu blog, me lo he leído enterito enterito :)

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  2. Muy buenas.

    Suelo circular cada día por los blogs que me gustan y tengo anotados. Como el que se va a visitar a los amigos que, en este caso, son las ideas.

    Y me encuentro en el tuyo con algo como el voto de partido, de secta, muy conocido. Ya has reflexionado bastante sobre ello y sólo me toca añadir una cosa: creo que los seres humanos necesitamos tener una certeza en que alguien nos va a ayudar. Necesitamos creer que si compartimos determinadas características con otras personas, esas personas se verán en la obligación moral de ayudarnos.

    En principio creemos en el parentesco. Creemos que debemos ayudar a nuestros parientes y que deben ayudarnos, y dedicamos tiempo y esfuerzos a cultivar esas relaciones familiares. Otros creen que la raza o la religión unen tanto o más que el parentesco. Y así parece cuando millones de personas se lanzan a guerras unidos por una raza contra otra o por una religión contra otra.

    La idea de que hay comunidades de intereses quizá sólo sea una evolución sociológica de lo mismo: el reconocimiento entre iguales, de nuestros pares, pero lleva a las mismas consecuencias. Así, mucha gente no se detiene a pensar ni qué es la derecha ni qué la izquierda, o el liberalismo o el conservadurismo o el marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Tse Tung, sino que parte de que existen esas etiquetas definidas para clasificar a los demás entre aliados a los que ayudar y de los que esperar ayuda, indiferentes que ni fu ni fa, y enemigos con los que sólo hay guerra.

    Uno puede detenerse a reflexionar si tal cosa le parece verdadera de una teoría y tomar también algo de una segunda teoría o de una tercera mientras algo de la primera le parece inadmisible. Son las ideas una a una y no las ideologías en bloque lo que parece aceptable o inaceptable. Pero, si uno espera ayuda con urgencia, necesita saber si alguien lo va a ayudar o a atacar. Necesita colores, uniformes, etiquetas.

    Por eso, cuanto más tensas socialmente son las situaciones, más fácil es que se caiga en los partidismos y las sectas. A los que vivimos tranquilos, o creyendo que podemos estarlo, tales cosas nos parecen primitivas y salvajes. Pero ¡ay! Entre el Cro-Magnon y nosotros sólo hay un poco de cultura que se va con el lavado.

    Un saludo.

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  3. Sí, así es. La explicación de los resultados desde el plano ideológico (que cada día existe menos, por cierto) y las manos a la cabeza cuando nos preguntamos por qué fulano o mengana ganan las elecciones. Y como no encontramos una explicación que nos satisfaga, nos limitamos a decir que los ciudadanos (sus votantes) son estúpidos por o ver la realidad como la vemos nosotros. Todo un éxito democrático.

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Por favor, sean respetuosos. No griten, chillen, insulten ni tiren de los pelos. Recuerden que el español es más bonito que el lenguaje SMS. No confundan conceptos con premeditación y alevosía. El argumento ad hominem es para quienes no tienen argumentos.

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