En el polo nacionalista opuesto, los partidos que rechazan no sólo la independencia de Cataluña sino su vigente Estatuto de Autonomía, el PP y Ciutadans-Partido de la Ciudadanía, se han lanzado en las últimas semanas a campañas de denuncia de la desespañolización de Cataluña. Que encuentran eco, sobre todo, fuera de Cataluña. Su principal caballo de batalla es la política lingüística, sobre la que presionan permanentemente para frenar cualquier avance de la presencia social del catalán. Con ocasión de la Diada del Onze de Setembre han resucitado otro clásico, la guerra de banderas.
El redactor de este reportaje y la persona --sea quien sea-- responsable de permitir su publicación deberían, como presuntos periodistas (la presunción de inocencia en algunos casos se impone por su propio peso), leer un poco. Nadie, ni siquiera el PP, aunque muchos en su seno puedan pensar cosas así, parece defender hoy día que España se base en unas esencias nacionales preexistentes y anteriores a cualquier pacto social, ni que lo que nos convierte en españoles sea el jamón, el flamenco y los toros, olé. Que yo sepa, lo que nos hace españoles es aquel invento llamado Constitución, aquello de la soberanía nacional. Ser español es una cuestión de DNI, independientemente del idioma que uno hable con los amigos, de que le guste u odie la bandera nacional, de que salga de tapas o prefiera la comida japonesa, de que se emocione o no escuchando el himno o de que en su lista de aficiones se encuentren o no las grandes tradiciones patrias. Nos hacen españoles los derechos, las libertades y los deberes que compartimos con otros cuarenta y dos millones de españoles, más allá de sentimentalismos bobalicones que pueden ser muy legítimos en otros ámbitos, pero que no pintan nada en el de la política. Nadie en ese bando que El País considera "nacionalista español" defiende que los españoles tengamos un determinado Rh. Y España, hasta donde yo sé, no anda reivindicando su Lebensraum. A los "nacionalistas españoles" de los que habla El País no se les oyen cosas como ésta:
"(...) Cataluña como país, como nación, no es un invento. Es una realidad histórica, de materia y de espíritu, de cuerpo y alma, de sentimiento y de institución. Que viene de lejos. Cataluña no es fruto de ninguna Constitución ni de ningún pacto político ni de ningún programa electoral. Viene de mucho más lejos y de más hondo. No es ninguna abstracción. Por lo tanto, no es Cataluña la que ha de adaptarse a una Constitución, sino la Constitución, la que sea, la que debe adaptarse a Cataluña y respetarla".
Por otra parte, señores, no quieran engañarnos: a nadie le preocupa la presencia social del catalán, ni que ésta avance o retroceda. De hecho, no somos pocos los que consideraríamos bastante positivo que el catalán avanzase --de verdad-- socialmente, y no a base de imposiciones institucionales y leyes de depuración lingüística. Lo que preocupa es el retroceso del español en los espacios institucionales y públicos. La imposibilidad de escolarizar a un niño en español. Y, por otra parte, el hecho de que una parte de los jóvenes catalanes --y en esto me baso en la experiencia personal más que en las estadísticas-- no dominen del todo el español. Lo cual, por cierto, les hace un flaco favor. Y si no, salgan ustedes de su cantón e intenten hablar catalán por el mundo.
Pensar que en el periódico español de referencia aún no han aprendido la distinción entre la nación entendida como un conjunto de ciudadanos libres y soberanos y ese peligroso invento que es la nación romántica, basada en quién sabe qué atributos raciales, culturales o lingüísticos, resulta preocupante. Pero no sé si lo es más pensar que conocen perfectamente la diferencia y prefieren pasarla por alto.
Excelente entrada. En esa empresa, poder fáctico que es el PRISOE, sólo entienden del negocio, qué es lo que aumenta, permite y favorece la cuenta de resultados; es en función de ello que se adoptan las decisiones político-económicas que se consideren oportunas según circunstancias.
ResponderEliminarA este respecto también era iluminador el artículo de opinión de Suso de Toro, el otro día: la culpa de todo la tiene el catolicismo español, claro está que nada se dice del papel que juega hoy en día - y desde hace décadas - la Iglesia en los nacionalismos vasco y catalán, especialmente en el primero. Incluso llegaba a justificarlo diciendo que era normal que al catolicismo español le hubieran salido otras reacciones nacionalistas (¡cómo no!).
ResponderEliminarTe hemos concedido un premio. Te esperamos en nuestra bitácora.
ResponderEliminarSaludos
Tengo una objeción:
ResponderEliminarSi el nacionalismo español "esencialista", basado en algo más que el DNI, no está ni en Ciutadans (por cierto, puede ser que el aporte simplemente se haya quedado obsoleto?), y tampoco en el PP... ¿dónde está?
¿O es que ya no existen?
Porque yo, francamente, si considero que existe ese nacionalismo español. Asi que: ¿qué votan?
Un saludo.